XIII. En la plaza no hay nadie, todas las personas se han ido después de la pasada del camión. Por el pueblo solo andan los camiones de algún vendedor ambulante y éstos hacen que la gente se acerque a la plaza y no lo contrario. Es extraño, pero no me preocupa, tal vez han decidido hacer una misa especial en honor a los mineros muertos en Asturias durante las represalias del ejército, un poco tarde, pero aquí las noticias tardan en llegar.
La mora queda bastante lejos para ir andando en mi estado, a unos tres o cuatro kilómetros. Uno de mis amigos y yo nos encontramos una moto tirada en un precipicio a las afueras del pueblo, no estaba del todo mal y pudimos arreglarla, no es una joya pero servirá para llegar a la mora. Lira y yo vamos andando a un viejo garaje a la entrada del pueblo, guardamos la moto allí para que nuestros padres no nos la confiscaran. Lira camina con paso ligero, parece flotar sobre las redondas piedras del suelo, su pelo ondea suavemente, desprendiendo su particular aroma dulce tan agradable, de vez en cuando me lanza una efímera mirada, tal como el fugaz susurro del viento. Su sonrisa brilla como siempre, no puedo evitar mirarla pues una sensación de un extraño cosquilleo invade mi interior, un dulce aletear de golondrinas y jilgueros. Caminamos cerca el uno del otro y noto cómo poco a poco se acerca más a mí, lentamente hasta rozarse suavemente nuestras manos, caricias de un corderito a su madre en el preámbulo del sueño, mientras la vigilia se disipa en el infinito manto celeste del firmamento, me da la mano tímidamente, con tiento, cautelosamente, invitándome a responder a sus pequeños apretones, hablando sin emitir palabra alguna.
La moto es muy antigua, tiene un largo asiento negro raído, en las esquinas puede verse la gomaespuma, la pintura es prácticamente inexistente, la roña se ha apoderado de la carcasa de metal, en un tiempo verde, ahora de un tono rojo anaranjado con puntitos repartidos de un naranja oscuro, muy próximo al negro. No le queda mucha gasolina, creo que habrá suficiente para ir y volver, si no, improvisaremos. El motor, a pesar de su antigüedad, tiene gran potencia, Lira está agarrada con los brazos alrededor de mi pecho, el viento nos acaricia el rostro, aplicando fuerza sobre nosotros, intentando impedirnos avanzar.
El trayecto no ha sido demasiado largo, ha sido muy liberador, por fin he podido ser libre, con la chica que hace latir mi corazón, sin ninguna atadura y con el paisaje, olivos, jara, romero e higos chumbos a mi alrededor, invitándome a liberar me alma al viento y dejarme llevar por la carretera hasta el fin de los días. La entrada a la mora es un pequeño camino de tierra naranja, tal vez marrón muy claro, a la izquierda de la carretera. Las ruedas de la moto levantan un polvorín a nuestro paso, siento latir el corazón de Lira en mi espalda, tras el roce de sus senos.
Hemos dejado la moto aparcada bajo la sombra de un gran árbol. Una gran puerta de metal entreabierta anuncia la entrada a la mora, la garganta está junto a una vieja piscifactoría abandonada, un camino de unos cuatrocientos metros, una pequeña `laza de tierra, un viejo parking, y un agujero en la red verde son el camino a seguir para llegar a la garganta. El camino está infestado de marrones agujas de los pinos, se amontonan año tras año, poco a poco.
La garganta está rodeada por piedras redondas, todas de diferente tamaño, grises con puntitos negros, azules e incluso rojos. Yo de pequeño pensaba que se trataba de granito. Son redondas, el río les de esa forma al arrastrarlas con las riadas invernales. El sol lleva varias horas calentándolas, al pisar sobre ellas, descalzos, quitamos los pies rápidamente, parecemos críos dando saltitos, casi lo somos, sobretodo Lira.
Me he sentado sobre una gran roca, contemplando el entorno, el charco mide aproximadamente quince metros de largo, desde mi izquierda hasta el frente, tras éste puede verse un gran lago, a lo lejos, separado del charco por algunas piedras y varios tipos de hierbas acuáticas. A mi izquierda un largo camino de piedras se aleja, es un camino por el que pasan pastores con cabras y ovejas, más arriba hay otro charco, no recuerdo su nombre.
Lo más extraño es la falta de gente, normalmente todos los críos vienen aquí a bañarse, yo solía venir con mis amigos hasta que tuvieron que empezar a trabajar, es algo extraño, inquietante. Lira tiene ya los pies metidos en el agua, hasta los tobillos, se ha desabrochado los botones de la espalda, puedo vérsela desnuda, como sus hombros, brillando bajo el fulgor centellante de cada vez más candente sol.