IV. –Siempre
vivimos en la misma callejuela, la calle oscura, mi casa estaba en el punto de
unión entre la calle de bajada y la calle oscura. Solía pasar horas sentado en
una pequeña silla antigua en la calle, hacia la noche, las señoras salían a la
fresca, se organizaba un cacareo agradable, todas cotilleaban sobre quién
estaba con quién. Yo nunca participaba en sus debates, pero me gustaba escuchar
y enterarme de algún cotilleo interesante.
Lira vivía
dos casas más allá del principio de la calle, en la parte izquierda. Esta había
sido nuestro hogar, al igual que el de nuestros padres, desde que habíamos
nacido. Mi momento preferido del día en verano solía ser a la mañana, sobre las
siete, cuando los campesinos regaban las tierras y bajaba agua por el reguero,
era una pequeña horadación en medio de la calle, mediante trampillas en el
pilón, la dejaban caer a uno u otro lado, las señoras con un pequeño cubo de
plástico azul, recogían agua y con una mano la esparcían por el suelo, para
refrescarlo antes de la llegada del calor matutino, -se solía cernir sobre las
calles a eso de las diez y media-.
Sus labios
son finitos y rosados, dos pequeñitas tiras de pétalos de rosa, dos hileros de
sangre, destacan mucho más gracias a su piel blanquita, trabaja todo el día
casi siempre a la sombra, suele preparar la comida, tejer sentada en una silla
en la calle en la cual casi siempre da la sombra, hay casas a los dos lados y
al ser estrecha el sol sólo le da al mediodía, cuando está en la cumbre del
cielo. Cuando teje suele tararear, incluso canturrea cancioncillas, muy bajo,
su voz apenas es audible desde donde suelo estar. Se la ve feliz tejiendo, ladea
la cabeza levemente, con suaves movimientos a izquierda, a derecha; remienda
sábanas, jerséis, pantalones… siempre con una sonrisa en sus labios, con el
rostro iluminado. Cada cierto tiempo mira hacia mi casa, le sonrío, le saludo
con la mano y vuelve a mirar su trabajo, muy sonriente.
¡Sed felices!
Un buen relato me lo leí de un tirón te deseo una buena semana
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