V. La vida y
el dolor son inherentes. El uno se alimenta del otro, sin vida no habría dolor,
sin éste, no seríamos seres vivos. Al igual que el alma es inseparable del
pensamiento, éstos van siempre unidos, el pensamiento suele huir del cuerpo, el
alma también; cuando dormimos, el pensamiento recrea un nuevo mundo, el alma le
da la vida.
Todavía me
duele en el corazón, me atraviesa un ligero puntazo, un fino alfiler capaz de
remover mis recuerdos y sentimientos, éstos también van cogidos de la mano. Es
un recuerdo morador en mi interior hace demasiados años, intenté olvidarlo, ni
el alcohol ni los barbitúricos pudieron acaba con él. Unos días se muestra más
intenso, otros apenas perceptible.
Recuerdo
dónde estaba, tumbado en la hierba junto a la fuente del Peregrino,
contemplando las nubes, soñando con agarrarme a una de ellas y volar, volar,
volar como una golondrina, primero al sur, a Moguer, luego al norte, atravesar
los campos de castilla, al este, al infinito. Pero no podía, ella era quien me
retenía en el pueblo, ella era todos mis sueños, toda mi vida.
Aún así me
gustaba soñar. Al acercarme a la fuente para echar un buen trago del agua fría,
mi cuerpo se heló, una pequeña mariposa, blanca como el almidón, revoloteó frente
a mí. Se posó encima de uno de los tubitos de plástico por los que se
deslizaban los chorritos de agua, me miró, -No podría demostrarlo pero estoy
seguro de que me miró- abrió las alas, tenían como decoración dos puntitos
verdes, estremecieron todo mi cuerpo, parecían observarme. Luego cerró las alas
y cayó suavemente, planeando, sobre el agua que se iba amontonando. Estaba
muerta y sin saber porqué, un frio terrible inundó mi cuerpo de nuevo, se me
nublaron los ojos y caí al suelo, no sentía nada.
¡Sed felices!
Uy pobrecita, me encanta esta historia. Te mando un beso
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