viernes, 24 de julio de 2015

Lira - Parte XV Final

XV. Cuando hemos llegado al pueblo se escuchaban gritos y lloros en la plaza, los hombres nos indican que mantengamos la cabeza agachada, ellos están ahora con el arma apoyada en el hombro, apuntando, y uno de ellos se asoma a mirar en la esquina del edificio en el que estamos apoyados.
-Son los fascistas- el hombre deja de mirar- tienen a casi todos los nuestros. Están haciendo recuento para mandarlos en los camiones a fusilar.

En ese momento se escucha arrancar un camión, y seguidamente un grito tras mi espalda.

-¡Están aquí!- Los hombres están apuntando al que acaba de dar la alarma y aprietan el gatillo.

-¡Corred!- Todos los hombres de la plaza corren hacia nosotros- ¡Se han escuchado disparos!

Los hombres echan a correr, Lira me coge la mano para llevarme con ella, pero todavía me duele la cicatriz en el estómago. Ella sigue intentando tirar de mí, pero yo siento que me desvanezco en el suelo, y la cabeza me duele muchísimo.

Veo a Lira frente mí, junto a su padre que me observa con una pistola en la mano. Lira está llorando, intenta acercarse a mí pero su padre le pega una bofetada y dos hombres la sujetan.

-Hijo- Está justo enfrente mío- Has tenido la mala suerte de tener el padre que tenías, si se hubiera limitado a trabajar y callar tu familia no habría sufrido todas estas desgracias. Supongo que ya no importa, no queda nadie para llorarla.

El mira hacia su hija, vuelve a mirarme, martilla su arma, apunta a mi cabeza y dispara.

Ahora ya no siento nada, solo el frio terrible de esta enorme oscuridad que me rodea.

miércoles, 22 de julio de 2015

Lira - Parte XIV

XIV. No podía evitar mirar su espalda, totalmente desnuda con la piel suave a las caricias del viento, como la fina piel de los melocotones maduros, de un tono anaranjado pálido y con un bello minúsculo, casi imperceptible, dotando su cuerpo de una belleza cada vez mayor.

Se quitaba lentamente el blanco vestido, bajándoselo para sacarlo por las piernas, la parte superior rozaba su fino vientre, toda su espalda desnuda era todo lo que deseaba ver desde hacía mucho, no podía decírselo, pero siempre había deseado, desde el primer momento en que vi su sonrisa, verla desnuda. Y ahora ahí estaba, girando levemente la cabeza para sonreírme, con sus pechos al aire, acariciados por el dulce sol y el aroma de las jaras, a un solo giro de mostrarse ante mí, en todo su esplendor. El momento que más había deseado desde mucho tiempo atrás estaba a punto de suceder, un instante para poder contemplar su gran belleza, tenía decidido que la besaría, la acariciaría y confesaría mi amor, pues estar al borde de la muerte me enseñó a no esperar siempre los acontecimientos, a buscarlos yo mismo, si no llegan, a hacerlos llegar.

Entonces, caminando entre las rocas que con las riadas de invierno son el curso del río, a mi izquierda, aparecieron cinco hombres con escopetas a los hombros, dos hablaban entre ellos, otros dos colocaban sus armas en posición defensiva, el primero nos apuntaba. Miré fugazmente hacia Lira, estaba vestida de nuevo y se había acercado a mí, aferrándose a mi brazo como las cerezas, la una a la otra. Los hombres se acercaron a nosotros, sus rostros me eran conocidos, los había visto por el pueblo de juerga, trabajando y al que nos estaba apuntando lo había visto alguna vez con mi padre.

Me observó un instante.

-¿Tú eres el hijo de Agustín, el de la calle oscura, no?-.
Vacilé un instante, ahora todos los hombres tenían las escopetas encaramadas a los hombros por la correa de cuero negro que las amarraba de la culata y el cañón.

-Si soy yo-.

El hombre esbozó una pequeña sonrisa, una mueca casi de dolor, todos me miraban fijamente.

-¿Y la chica?- Preguntó nuevamente el hombre.

–Es amiga mía, vive en mi calle-.

La observaban a ella, el hombre me tendió la mano para ayudarme a levantar.

-Tenéis que venir conmigo, no es seguro que estéis solos por aquí, podrían encontraros-.

Podrían encontrarnos, ¿Quiénes podrían encontrarnos?

-No entiendo, ¿Quién podría encontrarnos?-.

Los hombres se habían girado para marcar de nuevo la marcha hacia la salida, por la valla que minutos antes Lira y yo habíamos atravesado.

-Cómo, ¿No te has enterado?-.

Me quedé perplejo, no sabía de qué me hablaba, pero algo gordo debía ser.

-El día antes del entierro de tu padre estalló la guerra civil, las tropas de Marruecos han pasado a la península comandados por el general Franco, y desde el norte, el general Mola avanza conquistando territorios, el asesinato de tu padre fue el primer asesinato de la zona, desde entonces las batallas han ido sucediéndose, desde Navalmoral de la mata, un escuadrón ha llegado hace apenas una hora al pueblo. Los que somos republicanos hemos cogido las armas y nos hemos echado al monte, y tú tienes que venir con nosotros, hay algunas personas que se la tienen jurada a tu familia-.
No sabía qué decir, un instante antes mi única preocupación era expresarle a Lira mi amor, ahora, en cambio, la guerra acechaba y mi vida estaba en peligro.

-¿Y mi madre?-.

El hombre bajó la mirada, cogió con sus manos el gorro y lo estrujaba entre ellas, pude ver una pequeña calva que asomaba en su coronilla.

-Lo siento-.

lunes, 20 de julio de 2015

Lira - Parte XIII

XIII. En la plaza no hay nadie, todas las personas se han ido después de la pasada del camión. Por el pueblo solo andan los camiones de algún vendedor ambulante y éstos hacen que la gente se acerque a la plaza y no lo contrario. Es extraño, pero no me preocupa, tal vez han decidido hacer una misa especial en honor a los mineros muertos en Asturias durante las represalias del ejército, un poco tarde, pero aquí las noticias tardan en llegar.

La mora queda bastante lejos para ir andando en mi estado, a unos tres o cuatro kilómetros. Uno de mis amigos y yo nos encontramos una moto tirada en un precipicio a las afueras del pueblo, no estaba del todo mal y pudimos arreglarla, no es una joya pero servirá para llegar a la mora. Lira y yo vamos andando a un viejo garaje a la entrada del pueblo, guardamos la moto allí para que nuestros padres no nos la confiscaran. Lira camina con paso ligero, parece flotar sobre las redondas piedras del suelo, su pelo ondea suavemente, desprendiendo su particular aroma dulce tan agradable, de vez en cuando me lanza una efímera mirada, tal como el fugaz susurro del viento. Su sonrisa brilla como siempre, no puedo evitar mirarla pues una sensación de un extraño cosquilleo invade mi interior, un dulce aletear de golondrinas y jilgueros. Caminamos cerca el uno del otro y noto cómo poco a poco se acerca más a mí, lentamente hasta rozarse suavemente nuestras manos, caricias de un corderito a su madre en el preámbulo del sueño, mientras la vigilia se disipa en el infinito manto celeste del firmamento, me da la mano tímidamente, con tiento, cautelosamente, invitándome a responder a sus pequeños apretones, hablando sin emitir palabra alguna.

La moto es muy antigua, tiene un largo asiento negro raído, en las esquinas puede verse la gomaespuma, la pintura es prácticamente inexistente, la roña se ha apoderado de la carcasa de metal, en un tiempo verde, ahora de un tono rojo anaranjado con puntitos repartidos de un naranja oscuro, muy próximo al negro. No le queda mucha gasolina, creo que habrá suficiente para ir y volver, si no, improvisaremos. El motor, a pesar de su antigüedad, tiene gran potencia, Lira está agarrada con los brazos alrededor de mi pecho, el viento nos acaricia el rostro, aplicando fuerza sobre nosotros, intentando impedirnos avanzar.

El trayecto no ha sido demasiado largo, ha sido muy liberador, por fin he podido ser libre, con la chica que hace latir mi corazón, sin ninguna atadura y con el paisaje, olivos, jara, romero e higos chumbos a mi alrededor, invitándome a liberar me alma al viento y dejarme llevar por la carretera hasta el fin de los días. La entrada a la mora es un pequeño camino de tierra naranja, tal vez marrón muy claro, a la izquierda de la carretera. Las ruedas de la moto levantan un polvorín a nuestro paso, siento latir el corazón de Lira en mi espalda, tras el roce de sus senos.

Hemos dejado la moto aparcada bajo la sombra de un gran árbol. Una gran puerta de metal entreabierta anuncia la entrada a la mora, la garganta está junto a una vieja piscifactoría abandonada, un camino de unos cuatrocientos metros, una pequeña `laza de tierra, un viejo parking, y un agujero en la red verde son el camino a seguir para llegar a la garganta. El camino está infestado de marrones agujas de los pinos, se amontonan año tras año, poco a poco.

La garganta está rodeada por piedras redondas, todas de diferente tamaño, grises con puntitos negros, azules e incluso rojos. Yo de pequeño pensaba que se trataba de granito. Son redondas, el río les de esa forma al arrastrarlas con las riadas invernales. El sol lleva varias horas calentándolas, al pisar sobre ellas, descalzos, quitamos los pies rápidamente, parecemos críos dando saltitos, casi lo somos, sobretodo Lira.

Me he sentado sobre una gran roca, contemplando el entorno, el charco mide aproximadamente quince metros de largo, desde mi izquierda hasta el frente, tras éste puede verse un gran lago, a lo lejos, separado del charco por algunas piedras y varios tipos de hierbas acuáticas. A mi izquierda un largo camino de piedras se aleja, es un camino por el que pasan pastores con cabras y ovejas, más arriba hay otro charco, no recuerdo su nombre.

Lo más extraño es la falta de gente, normalmente todos los críos vienen aquí a bañarse, yo solía venir con mis amigos hasta que tuvieron que empezar a trabajar, es algo extraño, inquietante. Lira tiene ya los pies metidos en el agua, hasta los tobillos, se ha desabrochado los botones de la espalda, puedo vérsela desnuda, como sus hombros, brillando bajo el fulgor centellante de cada vez más candente sol.

viernes, 17 de julio de 2015

Lira - Parte XII

XII. La tormenta amainó, ha salido de nuevo el sol y las calles se han calentado a unos treinta grados. En la plaza la gente se amontona, algunos charlan alrededor del pilón mientras rellenan los cubos de agua o dan de beber a las mulas, otros caminan tranquilamente, una pareja de ancianos se mira a los ojos cogidos de las manos, se besan y se juran amor, el amor que los acompaña desde sus tiempos mozos, hace más de cincuenta años.

Me he podido levantar, así se ve mucho mejor la plaza. Lira mira hacia la ventana, sonriente, saludando con una mano mientras se acerca hacia la casa del doctor. No la veía desde hace un par de días, mi madre tampoco viene a visitarme desde el funeral de mi padre, no sé cómo está y el doctor Ruiz no me deja salir. Lira está tan bella como siempre, incluso más, su abuela le ha comprado un vestido nuevo, se lo encargó a una amiga suya que consigue telas desde Madrid, unas preciosísimas, estampados con lilas, azucenas…  El vestidito de Lira es blanco en la parte de la falda y de color crema pálido en la de la chaquetilla, así sus ojos verdes, de esperanzadoras luces bohemias, y su dulce piel blanca acanelada destacan más con los finos rayos de sol que acarician suave y ligeramente su rostro, sus labios rosas carnosos.

Solo puedo pensar en escaparme del presidio de esta casa, coger de la mano a Lira y huir corriendo a la mora para poder darnos el fresco baño con el que sueño hace tiempo, pero ella siempre está ocupada, yo tengo la barriga cosida más que una muñeca de trapo de la época de Quevedo y aparte, mi madre y la guardia de asalto no me dejan salir de la casa, aunque pudiera hacerlo, ni dejan que nadie a parte de Lira y el doctor me visite, no hasta descubrir quién y por qué mataron a mi padre, el porqué para mí y el resto del pueblo está claro, el quien para ellos también pero no pueden tomar medidas represoras hasta que sea demostrado y los tribunales dicten sentencia. La democracia socialista es lo que tiene.

Lira. Se acaba de acercar y me ha obligado a sentarme.

–Vámonos, no aguanto más encerrado en esta casa, quiero oler las flores, ¡darme un baño!- Ella me está sonriendo sentada a mi lado.

–Está bien, vámonos a bañar, pero me preocupa tu barriga- Le sonrío acariciándole la mano derecha, le guiño un ojo.

 –No te preocupes, estoy bien-.

El doctor se fue hace unas dos horas, le veía preocupado, recogió varias prendas en una maleta de cuero y me dijo que se tenía que ir de viaje a Madrid, algo malo había pasado y tenía que prestar atención médica.  Así que estoy solo en la casa, su hija está en casa de su abuela, a las afueras del pueblo, tengo vía libre para irme a donde quiera, después del baño iré a visitar a mi madre.

He encontrado una camisa vieja de color verde militar y unos pantalones raídos de tela caqui en el armario de la alacena, me ha parecido escuchar unos camiones en la plaza, alguien decía algo que no he logrado entender, no sé qué pasaría, supongo que sería el gitano que vende melocotones, sandías y melones.

Lira está esperando ya en la entrada, sonriente como siempre, con las manos cogidas la una de la otra por la parte delantera, lleva el pelo suelto, las mejillas brillantes y los dientes de perla centellean entre sus angelicales labios. El sol anuncia el calor del mediodía a través de la puerta entreabierta, el aroma de romero me llama como la mar al marinero, el agua quiere purgar mi cuerpo cochambroso, hilvanado.

martes, 14 de julio de 2015

Lira - Parte XI

XI. La libertad no es un estado alcanzable, somos esclavos en democracia, en dictadura. De la política o de la economía, de la familia, del hogar. El ser humano lleva luchando siglos por su libertad, la revolución francesa fue la más influyente, la que hizo creer que de verdad éramos libres. Pero no es real. Vuelven los monarcas, los políticos degeneran, la lucha ha menguado, las ganas se disipan. Siglos de sangre derramada, luchas sin final por un ideal se seguirán durante toda la existencia de la humanidad. Las guerras no acabarán, las sumisiones no acabarán, la sangre seguirá regando las tierras del mundo.

En estos momentos se está derramando, mi padre, por mucho que me duela, es sólo uno de los muchos que caerán defendiendo un ideal. La guerra no cambia nunca, nunca dejarán de existir mientras la codicia y la envidia sean parte del pensamiento humano. Seguirá muriendo gente por los ideales ajenos.

domingo, 12 de julio de 2015

Lira - Parte X

X. No ha salido el sol, durante la noche ha venido del norte una tormenta, llueve a mares, incluso truena. Es un día triste. Mi madre no está, vino a verme por la mañana, llevaba un velo negro, la falda, zapatos y rebeca a juego. Sus ojos rojizos destacaban como el carbón en la Antártida. Lleva llorando ya tres días, desde la muerte de mi padre.

Yo, por mi parte, llevo tres días postrado en la cama, en casa del doctor, y la verdad, es muy aburrido. Me paso las horas mirando por la ventana. Escucho a los pajarillos cantar, tomar el sol, revolotear felices en pareja, enamorados.

Pero hoy no. Hoy es un día oscuro. Las nubes ocultan al sol, los pajarillos no cantan, los pajarillos no están. Puedo entretenerme viendo las gotitas arremeter contra los cristales de la ventana, como kamikazes en guerra, balas contra la tapia de cualquier cementerio.

Es un día triste, es 18 de julio del año 1936, mi padre fue asesinado hace tres días, a mí me dispararon, por los derechistas y falangistas del pueblo. Mi padre era republicano y socialista, un rojo, como ellos lo llamaban, profesor y concejal de cultura en el ayuntamiento del pueblo, afiliado a Izquierda Republicana y muerto a causa de la bronca iniciada tras los asesinatos de Castillo y Sotelo. Tuve suerte de no morir.

Ceniza a la ceniza, hoy es su entierro. No podré asistir, mi madre estará sola.
No he podido ver a Lira, el sol no está, el campo es negro, la luna acecha…

viernes, 10 de julio de 2015

Lira - Parte IX

IX. El sol brilla dentro de la habitación, ha logrado colarse entre las pequeñas florecillas de las cortinas. La luz rebota entre las cuatro paredes blancas, en el entorno se cuece una neblina amarillenta, un aroma dulce, templado.

Mi madre acaba de darse cuenta de que la estoy mirando, se acerca hacia mí.

Unas motas de polvo brillan frente a la ventana, tras ésta, puedo ver uno de los picos de la sierra de Gredos. Bajo éste, alcanzo a poder ver la parte superior de algunas casas de la plaza. No estoy en mi casa.

–Hijo, ¿Cómo te encuentras?- Mi madre me ha cogido de la mano, sus ojos están rojos y vidriosos, ha estado llorando.

–Bien- Toda la parte del estómago me está matando de dolor pero mejor no asustarla. -¿Dónde estamos, de quien es la casa?-  Apenas puedo hablar, me duele todo al hacerlo. Lira ya no está, supongo que habrá ido a dormir un poco antes de ocuparse de sus tareas diarias.

–Estamos en la casa del doctor Ruiz, te quedarás hasta que estés mejor-. Le sonrío y asiento con la cabeza. Vuelvo a mirar por la ventana, las motas de polvo siguen flotando alrededor de ésta, parecen luciérnagas acechando bombillas por la noche, hombres acechando a mujeres, hombres acechando a hombres.

Me apetece nadar y contemplar cómo mi torso comienza a burbujear, enfriándose, en plena ebullición, igual que la luciérnaga tocando la bombilla. Los cuernos del toro embolado intentando atravesar la piel de cualquier corredor. Al salir de aquí buscaré a Lira, iremos a Milchones, tal vez a la Mora, a darnos un buen baño. Podré ver su cuerpo. -¿Dónde está Lira?- Mi madre miraba con los ojos fijos y la mente abstraída en cualquier momento de los últimos días, ahora se ha vuelto para mirarme, sus ojos están sitiados por lágrimas de nuevo.

-¿Quién?

miércoles, 8 de julio de 2015

Marionetas

Son unas marionetas,
estúpidas marionetas
para un estúpido mundo.
Todos con sus sonrisas hipócritas
caminando por las calles,
haciendo prejuicios,
moliendo esperanzas.
Sonríen con sus múltiples personalidades,
destazan las entrañas de los mas débiles,
engañan y hacen que caigas en sus infiernos.
Soy una de las mejores marionetas.


viernes, 3 de julio de 2015

Lira - Parte VIII



VIII. Lira sonriente es la primera imagen al abrir los ojos, la única imagen retenida en mi memoria hasta la eternidad, me mira a los ojos, su sonrisa es más amplia, se gira para avisar al doctor, una luz blanca me ciega el ojo izquierdo, luego el derecho.

–Está bien, lo peor ha pasado, sobrevivirá-. Ella vuelve a acercarse, me mira de nuevo fijamente a los ojos, se aproxima lentamente, siento su respiración mezclándose con la mía, cerramos los ojos a la vez, sus labios rozan los míos, son suaves como la seda, la oscuridad en mis ojos cambia, surgen líneas lilas, verdes, campos verdes, castellanos, aguas del Duero, olmos de Segovia, la sonrisa de Lira, una blanca mariposa, la mirada de Lira, la blanca mariposa, el rostro de Lira, blanca mariposa.


¡Sed felices! 

miércoles, 1 de julio de 2015

Lira - Parte VII

Parte VI

VII. No hay nadie en las calles del pueblo, las luces de las casas están encendidas, las cabezas observan tras las ventanas. Mi caminar es pesado, voy descalzo sintiendo el cemento de las calles en los pies. Parecen fundirse con el suelo, me cuesta levantarlos del cemento. Apenas me mantengo en pie, la cabeza me da vueltas, la mirada observa todo, no retiene nada, no sé si estoy quieto o en movimiento. Algunas puertas comienzan a abrirse, las señoras del cacareo salen, como siempre, a enterarse de lo ocurrido. Unas se llevan las manos a la boca, intentando contener un grito, otras se acercan a mí lentamente.

Mi rostro golpea el suelo bruscamente. No puedo moverme, no tengo fuerzas, no tengo vida. Alguien me toca, un calor terrible me comienza a devorar las entrañas, el fuego atrapa mi estómago, arde fieramente, como el fuego devora los montes secos, lo hace con mi interior causando un dolor insoportable. No puedo hacer nada, solo gritar, gritar como alma que lleva el diablo, como un cerdo en san Martín, a sabiendas de que su muerte cercana acecha. Grito. Una mariposa blanca ronda mi cabeza, dos puntos verdes en sus alas me observan, me engullen.

Grito.



¡Sed felices!