sábado, 20 de junio de 2015

Lira - Parte IV


IV. –Siempre vivimos en la misma callejuela, la calle oscura, mi casa estaba en el punto de unión entre la calle de bajada y la calle oscura. Solía pasar horas sentado en una pequeña silla antigua en la calle, hacia la noche, las señoras salían a la fresca, se organizaba un cacareo agradable, todas cotilleaban sobre quién estaba con quién. Yo nunca participaba en sus debates, pero me gustaba escuchar y enterarme de algún cotilleo interesante.

Lira vivía dos casas más allá del principio de la calle, en la parte izquierda. Esta había sido nuestro hogar, al igual que el de nuestros padres, desde que habíamos nacido. Mi momento preferido del día en verano solía ser a la mañana, sobre las siete, cuando los campesinos regaban las tierras y bajaba agua por el reguero, era una pequeña horadación en medio de la calle, mediante trampillas en el pilón, la dejaban caer a uno u otro lado, las señoras con un pequeño cubo de plástico azul, recogían agua y con una mano la esparcían por el suelo, para refrescarlo antes de la llegada del calor matutino, -se solía cernir sobre las calles a eso de las diez y media-.


Sus labios son finitos y rosados, dos pequeñitas tiras de pétalos de rosa, dos hileros de sangre, destacan mucho más gracias a su piel blanquita, trabaja todo el día casi siempre a la sombra, suele preparar la comida, tejer sentada en una silla en la calle en la cual casi siempre da la sombra, hay casas a los dos lados y al ser estrecha el sol sólo le da al mediodía, cuando está en la cumbre del cielo. Cuando teje suele tararear, incluso canturrea cancioncillas, muy bajo, su voz apenas es audible desde donde suelo estar. Se la ve feliz tejiendo, ladea la cabeza levemente, con suaves movimientos a izquierda, a derecha; remienda sábanas, jerséis, pantalones… siempre con una sonrisa en sus labios, con el rostro iluminado. Cada cierto tiempo mira hacia mi casa, le sonrío, le saludo con la mano y vuelve a mirar su trabajo, muy sonriente.


¡Sed felices!

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