viernes, 26 de junio de 2015

Lira - Parte VI



VI. El sol sale cada mañana atravesando los olivares de alrededor del pueblo, ilumina los riachuelos, las gargantas donde nos solemos bañar mis amigos y yo durante el calor asfixiante, se prolonga los tres meses del verano, algunas noches no logro conciliar el sueño, mi cuarto está en el piso superior de la casa, a la derecha, está la puerta del balcón. Es una habitación muy pequeña, hay una cama y un armario que ocupa casi el resto de la pared donde está la puerta del balcón, en la esquina tengo una mesilla alta, una cajonera, junto al cabezal de la cama, dejando unos veinte centímetros entre ésta y la cama.

Cuando no puedo dormirme salgo al balcón, observo si alguien pasea por la calle, siempre está desierta. El fresco suele haberse apoderado de la calle, el ambiente está tranquilo, el suave viento del sur pasea a lo largo del pueblo aroma a jara y romero, el olor de las huertas, los olivos, el frescor de las charcas y las gargantas.
Me pongo un cigarrillo entre los labios, con unas cerillas- en mi casa abundan, en cada rincón hay cajas de cerillas- lo enciendo, inhalo, exhalo. Me apoyo sobre la barandilla a observar la noche, la calma soberana de estas horas, la tranquilidad se respira, se palpa.

Una luz de farolillo se acerca lentamente, pensativa, por la calle oscura, de frente. Su caminar es pensativo, lo hace a tientas para no despertar a nadie. Son dos hombres y un burro, el farolillo va atado al cuello del burro, se balancea suavemente, con movimientos controlados, sutiles caricias perdidas en el viento se alejan lentamente, al ritmo del mundo. Sigo fumando el pitillo, casi he acabado con él. El farolillo se detiene justo debajo de mi balcón, el silencio se rompe cuando escucho aporrear una puerta, el sonido proviene de dos lugares, un pequeño eco parece sólo venir a mí. Aporrean mi puerta, me pregunto que querrán a estas horas.


Me dispongo a bajar las estrechas escaleras, mi padre está en el rellano del primer piso, aventurándose por las escaleras hacia la cocina, a la entrada. No me ha visto, bajo lentamente, mi corazón da un vuelvo cada vez que cruje la madera. Contemplo a mi padre, agachado en las escaleras, observando entre dos de las tablas separadoras de las escaleras y la cocina, al final de la escalera, arriba, son cortísimas, al principio una columna de madera. Los dos hombres hablan en voz baja con mi padre, en susurros, no logro escuchar nada, tampoco puedo verlos bien, la cortina de tiras de hierritos de colores impiden que pueda ver bien. Unos segundos después un sonido atronador invade la calma reinante de la noche, un fogonazo brilla tras la entrada, un grito mudo me aterroriza. El tiempo se detiene, mi mente está apagada, mis pies echan a correr escaleras abajo, pisando con la punta los estrechos escalones, casi planeando sobre ellos.


¡Sed felices! 

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