martes, 23 de junio de 2015

Lira - Parte V


V. La vida y el dolor son inherentes. El uno se alimenta del otro, sin vida no habría dolor, sin éste, no seríamos seres vivos. Al igual que el alma es inseparable del pensamiento, éstos van siempre unidos, el pensamiento suele huir del cuerpo, el alma también; cuando dormimos, el pensamiento recrea un nuevo mundo, el alma le da la vida.

Todavía me duele en el corazón, me atraviesa un ligero puntazo, un fino alfiler capaz de remover mis recuerdos y sentimientos, éstos también van cogidos de la mano. Es un recuerdo morador en mi interior hace demasiados años, intenté olvidarlo, ni el alcohol ni los barbitúricos pudieron acaba con él. Unos días se muestra más intenso, otros apenas perceptible.

Recuerdo dónde estaba, tumbado en la hierba junto a la fuente del Peregrino, contemplando las nubes, soñando con agarrarme a una de ellas y volar, volar, volar como una golondrina, primero al sur, a Moguer, luego al norte, atravesar los campos de castilla, al este, al infinito. Pero no podía, ella era quien me retenía en el pueblo, ella era todos mis sueños, toda mi vida.


Aún así me gustaba soñar. Al acercarme a la fuente para echar un buen trago del agua fría, mi cuerpo se heló, una pequeña mariposa, blanca como el almidón, revoloteó frente a mí. Se posó encima de uno de los tubitos de plástico por los que se deslizaban los chorritos de agua, me miró, -No podría demostrarlo pero estoy seguro de que me miró- abrió las alas, tenían como decoración dos puntitos verdes, estremecieron todo mi cuerpo, parecían observarme. Luego cerró las alas y cayó suavemente, planeando, sobre el agua que se iba amontonando. Estaba muerta y sin saber porqué, un frio terrible inundó mi cuerpo de nuevo, se me nublaron los ojos y caí al suelo, no sentía nada.


¡Sed felices! 




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